28 de abril de 2008

La última sala transformista española sobrevive en Benidorm gracias a los jubilados

Cualquier alusión a las palabras «conejo» o «pito» es recibida con aplausos y gritos de escándalo. | Público.

La sala El Molino de Benidorm, convertida en el último teatro transformista español tras el cierre del mítico El Molino, en Barcelona, y del Scala Meliá, en Madrid, sobrevive gracias a las excursiones de jubilados que recalan durante todo el año en la costera localidad.

«Sin los abuelos no llenaríamos. Vivimos del Imserso. Paradójicamente, el verano para nuestro negocio es más flojo», afirma rotundo Carlos Melis, el dueño de la sala. A Carlos le casó con su novio en el mismo local «María Jesús, la de los Pajaritos, cuando era concejal». Y enseña como muestra varias fotos del enlace colgadas en la entrada del recinto.

Las 350 localidades de El Molino se llenan noche tras noche. La sala abrió hace 12 años y en el espectáculo participan una docena de artistas. La vedette se llama Desirée y está operada de cambio de sexo. «Me operé en diciembre en Barcelona y el 3 de enero ya estaba en Benidorm subida al escenario», cuenta. Entre plumas y dorados Desirée canta canciones picantes con una voz suave y postiza gracias al play back. «El público es lo mejorcito, les encanta el espectáculo. Estoy enamorada de Benidorm, y ¡que viva Benidorm!», se enciende antes de subir al escenario.

A las ocho ya hay cola para entrar. La sala se publicita «en los hoteles y en la televisión de Albacete», cuenta el dueño. Los chistes más aplaudidos son los de sexo y cualquier alusión a las palabras «conejo» o «pito» es recibida con aplausos y gritos de escándalo. Alguna mujer se pone roja cuando el transformista les dice a las jubiladas que practiquen sexo oral a sus maridos. A un hombre, con la cara colorada, parece que le va a dar un ataque de tanto reír.

También hay mucha carcajada suelta cuando un transformista vestido de novia hace un chiste sobre Belén Esteban. «¡Las vacas del pueblo ya se han escapao!», canta uno de los artistas; y todos, entregados, responden: «¡Riau, riau!»

Más de un jubilado repite en El Molino. «Es la tercera vez que vengo. Este año me he traído a mi hermano», cuenta entusiasmada al finalizar el espectáculo Pilar, de Zaragoza. Los artistas se meten con Franco y uno de ellos reclama la dignidad de los transformistas. Sus palabras se llevan el mayor aplauso.

«Yo no me opero de cambio de sexo no por falta de ganas, ¡sino porque me han dicho que no tienes orgasmos!», explica sin pelos en la lengua Cristina Mora, de 59 años y peluca amarilla. En un descanso en el espectáculo, este transformista, que se siente «muy mujer», se retoca con polvos nacarados en su camerino. Rodeada de fotos de toreros, de vírgenes y de «tíos buenos» como Javier Bardem o Miguel Ángel Silvestre, explica que empezó a trabajar de peluquera en Barcelona y de ahí salió del armario. «Cuando Franco daba sus últimas bocanadas yo empecé en el transformismo. He trabajado en muy buenos sitios. En Barcelona, en Sevilla, en el extranjero, en Andorra», explica con gracia esta gaditana. Para ella, lo mejor de El Molino es el público y el respeto que hay entre ambas partes. «Yo les hago bromas, chistes guarros, pero jamás traspaso el límite ni hago que pueda hacerles sentir mal», recalca.

Cada transformista tiene una historia diferente, pero todos coinciden en lo mismo: el cariño a los jubilados. «Yo les miro como si fuesen mi madre o mi abuela y les trato igual», dice Emilio, de 43 años y que ha bailado con «la Cantudo». «Son muy cariñosos, después del espectáculo te preguntan y te tocan. Se fijan mucho en la nuez y en el pito», concluye mientras se señala con el dedo ambas partes.

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